Proa al siento.


 
 
Cada vida genera tal historia, que nadie jamás sería capaz de contarla.
 
Biógrafos, historiadores, profetas, cuentistas y poetas, llevan intentándolo tanto tiempo, que ya nadie los recuerda.
 
Cada minuto de vida compartido, es tal historia, que nuestra memoria se resiste a arrinconarlo, en algún lugar, cerca del espacio que reservamos al olvido.
 
Un segundo de reflexión cruza algún cielo,
y con firmeza nos sujeta los ojos a nuestra tierra,
una caricia en la nuca, un reflejo,
nos regala milímetros de tiempo,
en sombras de cuatro labios.
 
Y en una hora, solo cuatro besos sin abrazos, el reloj se presenta para que las miradas se pierdan en busca de personajes que vivan momentos.  Las palabras fluyen como mariposas de distancia. Una hora intentando averiguar quiénes somos, como si no lo supiéramos después de tantas historias.
 
Y un día basta, para que el tiempo borre los recuerdos que no queremos dejar en el espacio de unas letras, y no basta una vida para olvidarlos.
 
Pero una noche con una luna de gajo, con un gato invisible colgado, con mares de caras ocultas...
Una noche con velas de goletas siguiendo la guía en su mascaron de proa, de una pescadora de poemas anclados, esa noche, el tiempo dejará de ser contado, los acantilados serán gobernables y en su cubierta se escucharan las sonrisas de los juegos de vidas, que nadie jamás será capaz de contar.
 
Salvo nosotros

Imagen de "El trolley de Nieves"

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